Una de las razones principales para la «deforma» del poder judicial fue la persistente queja de que el sistema estaba comprometido por intereses económicos. Aquellos con recursos suficientes podían influir en la voluntad de los jueces a su favor. En última instancia, el papel de otros actores en el sistema judicial no importaba tanto, ya que quienes podían sobornar a un juez, lo hacían. Si bien esto no era la norma general, la probabilidad de que ocurriera era considerable.
El proceso de reforma pudo haber sido menos complicado y costoso. Simplemente, se podrían haber nombrado más ministros y ministras con el perfil y la docilidad de la «ministra» con múltiples maestrías y doctorados (L. Batres). Sin embargo, incluso siendo perfiles afines a Morena, serían igualmente susceptibles a la corrupción, y lo mismo ocurrirá con los ministros y jueces «electos» por una hiperminoría de votantes. Además, muchos de los electores serán movilizados, sin mencionar los votos falsos y las urnas infladas.
Lo más grave ahora es que el crimen organizado (CO) cuenta con cantidades ingentes de dinero y está conformado por una increíble mezcla de criminales, políticos y, seguramente, otros perfiles de ciudadanos, «empresarios» con múltiples empresas fachada, huachicoleros de todo tipo, etc. Lo que experimentaremos con esta «deforma» del poder judicial es un efecto catalizador de la corrupción, que ha crecido a ritmos inéditos en los últimos 30 o 40 años; si la pudiéramos graficar, sin duda sería una gráfica exponencial.
La presidenta, de manera impresionantemente condescendiente, ha permitido que esta farsa siga su curso. Sin darse cuenta de que, con esta gran omisión, ella misma construirá el ataúd de la tan mencionada 4T. Una buena proporción de los jueces electos no solo sumará su docilidad y alineamiento con el régimen, sino que también serán altamente corruptibles. En algunos casos, se suma su grave ignorancia en las materias que deberían dominar, catapultará desproporcionadamente el número de juicios irregulares, lo que generará una enorme cantidad de evidencias de su inoperatividad.
Por otra parte, los ciudadanos, al empezar a percibir la disfuncionalidad del sistema judicial en su conjunto, buscarán evitar llegar ante un juez y optarán por acuerdos extrajudiciales. Desde hace años, hemos vivido una distorsión completa en nuestros sistemas de valores como mexicanos, predominando como ADN cultural el mantra: «El que no tranza no avanza». En el mejor de los casos, tendremos una nueva polarización, sin importar los colores de los partidos políticos: «Los corruptos y corruptibles vs. Los incorruptibles».
¿Qué sucederá en el futuro? Es un tema de dinámica de sistemas: ¿qué proporción de mexicanos crecerá con el tiempo, los corruptibles o los incorruptibles? Con base en lo anterior, se pueden anticipar los siguientes escenarios:
A. Un México sumido en la corrupción y el autoritarismo, avanzando aceleradamente hacia un colapso como nación.
B. Un México sumido en la corrupción y el autoritarismo, con ingredientes sistémicos para auto sostenerse como un Estado fallido, similar a otros países que llevan décadas en modelos inoperantes, pero «sostenidos» con respiración artificial.
C. Un posible golpe de estado, cambiando de un autoritarismo destructivo hacia un autoritarismo visionario, restableciendo elementos para recuperar la democracia y el Estado de Derecho, para luego —después de varios sexenios— dar lugar a un proceso electoral razonablemente confiable.
D. Quizá el menos probable: un México en vías de reconstruir la democracia con una mayoría de ciudadanos impulsando un verdadero Estado de Derecho.
Evidentemente, el abstencionismo siempre forma parte de la voz de los ciudadanos. Es muy probable que en esta pseudo-elección sea un silencio ensordecedor; sin embargo, no será suficiente.
El momento de la verdad vendrá después del 1 de junio de 2025.
Aunque pareciera que el futuro es algo que simplemente sucede completamente fuera de nuestro control, en realidad, el futuro se diseña y se construye mediante la sumatoria de nuestras acciones e inacciones. De hecho, así es como llegamos a este presente, que varias décadas atrás pudo ser concebido como un futuro distópico, ¡y sin embargo aquí estamos!
La fuerza de ciudadanos activos y proactivos, de diversos perfiles y niveles socioeconómicos, es y seguirá siendo la esperanza de lo que México podrá llegar a ser en el futuro, cercano y lejano. El «hubiera» ¡sí existe!; solo es cuestión de hacer una reflexión individual y colectiva: ¿Qué hubiéramos hecho los mexicanos hace 10, 20, 30, 40 o 50 años para que hoy México fuera un país con un PIB per cápita de al menos 20,000 dólares y con otros ingredientes que realmente generen e impulsen la movilidad social en todo México? Una pregunta de esa naturaleza puede generar una lista de 5, 10, 20 o 30 acciones muy concretas, y eso que no hicimos hace X años es precisamente lo que hoy debemos hacer todos los mexicanos que no estamos de acuerdo con el rumbo de nuestro país.
